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Al, terrier de pura raza, echa de menos su pasado aristocrático en casa de una señora que se lo ponía en el regazo y le recordaba a menudo que era un perro muy caro. Carísimo.
Roy, en cambio, no es más que un chucho. Sus intereses son ponerse ciego de pienso y olisquear culos, aunque no siempre le da la vida porque está gordo como un tocino y tiende a ramonear.
Roy y Al tienen cada uno su dueño, pero el dueño de cada uno está liado con el dueño del otro y ambos los dos mantienen conductas relajadas y abiertamente homosexuales. Un detalle sin importancia que a Al le inquieta y a Roy le pone tirando a cachondo.
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