Gabrielle cruza el país, de Nueva York a la California rural de su infancia, para cooperar en la reconstrucción no solo de una vida expuesta, sino de su propia biografía. La causa es el fuego: un incendio ha reducido a cenizas la casa de su madre.
Mia está a punto de cumplir treinta. Vive con su pareja en un piso compartido con otras cinco o seis personas que piensan que lavar los platos y comprar papel higiénico es opcional. Hace siglos que sale con Manu, y lo más excitante que han hecho en los últimos meses ha sido ver Juego de tronos.
Lleva tiempo haciendo todo tipo de trabajos inestables y ya no recuerda cuándo dejó de aspirar a algo más que a un simple “ganarse la vida”. He aquí la trampa, pensar que hay tierra firme allá donde la precariedad se ha vuelto norma. Desencantada del sueño de una existencia plena, Mia debe escribir, sin ideales, sin guion, el capítulo de su propia vida que requiere mayor esfuerzo.