La policía le pisa los talones. También unos fanáticos ultracatólicos le van detrás. Es el hijo del comisario, va armado, es muy peligroso y acaba de arrasar con un tren de pasajeros. Ángel no teme a nada y es pura nitroglicerina. Un torrente de maldad. Un psicópata imprevisible en sus arrebatos de cólera, pero también capaz de las más sofisticadas perversiones. No actúa por dinero ni le mueven las bajas pasiones. Lo de Ángel es rabia sintetizada. Odio infinito. Deleite en la matanza. Ángel mata por gusto y por convicción. Lo suyo es pura supervivencia.
Alternando puntos de vista y dándonos a conocer todas las facetas de su crónica de sucesos, David Lapham propone una de las entregas más tenebrosas de Balas perdidas, que no es decir poco.
Virginia Applejack apenas ha cumplido trece años pero ya hace cinco meses que se echó a la carretera. Ahora va a conocer a Beth y a Orson, que forman una extraña pareja de fugitivos con problemas para gestionar su ira, y a la protegida de ambos, Nina, una drogadicta de futuro incierto.
Romances ilícitos, sexo clandestino, citas de motel, noches de alcohol y muertes accidentales. Los asuntos del corazón y del bajo vientre, el deseo en sus encarnaciones más despiadadas, orientan un puñado de relatos destinados a entrelazarse en ese gran mosaico en construcción que es Balas perdidas.
¡NUEVO ARCO ARGUMENTAL!
Baltimore, finales de los 70. Alguien ha matado a Lonnie, gerifalte de la droga, y Harry pasa a estar al mando. Sálvese quien pueda de las balas perdidas.
Un nuevo tomo del mejor noir que ha dado el cómic, hasta ahora inédito en España.
De aquí nadie va a salir vivo.
Corre 1981 en Baltimore. Beth y Orson tienen trabajo que hacer: fabricar unas bombas de humo, comprar un par de pasamontañas, hacerse con unos rifles o un par de pistolas… Y les hará falta también una escalera de mano.
Al final Beth y Orson la liaron parda: un asalto, un tiroteo, salir por patas, rescatar a Nina. Y luego el crío ese en el maletero del coche… Ahora tienen consigo dos maletas, una llena de billetes y otra, de cocaína, pero les falta mundo para correr. Y Orson necesita un médico o algo que se le parezca.
Beth, Orson y Nina han conseguido esquivar a sus enemigos… al menos, de momento. Se dicen que los buenos tiempos están a la vuelta de la esquina, pero ¿cuál exactamente? ¿Dónde podrían instalarse para no tener que guardarse constantemente las espaldas? ¿Encontrarán algún día ese lugar o se hundirán para siempre en un pozo cada vez más profundo de paranoia y locura?